Este curso también nos acompañará Álex Grijelmo, para que desde La punta de la lengua, reflexionemos sobre la nuestra, y sobre esos anglicismos tan innecesarios que tan poco dicen de nosotros.
Se oye mucho podcast
Es una pena que los españoles no seamos ingleses. Si fuéramos ingleses, explotaríamos más nuestro ingenio latino de españoles para inventar cantidad de palabras. Pero cuando uno de los nuestros inventa un vocablo con los recursos del idioma español, se le corre a garrotazos. A diferencia de lo que sucede entre ingleses.
Ahí tenemos el ejemplo de podcast. La palabra procede de la contracción de iPod (reproductor de bolsillo de sonido digital) y broadcasting (difusión). Su primer uso público llevaba la firma del periodista británico Ben Hammersley el 12 de febrero de 2004 en The Guardian. (Bueno, en realidad, escribió “podcasting”, de donde derivó podcast). El significado fue cambiando, pero el significante permanece.
En español se ha aportado como equivalente la voz audio, un término latino de más de 2.000 años capaz de sustituir al modernísimo podcast en la mayoría de los contextos. Pero como somos españoles y no ingleses, enseguida vendrá alguien a decir que no es lo mismo un audio que un podcast.
Ese falso argumento de la precisión olvida que en el café de la esquina nos dan tanto un café como un refresco; que encendemos mecheros sin mecha; que el ascensor también desciende y que la mesilla de noche no desaparece durante el día. Las palabras nombran, no definen. Y una vez que nombran, son ellas las definidas.
El elemento compositivo audio se usó siempre en compañía de otros (audiovisual, audiolibro, audiograma…), pero ya lo estamos dotando de autonomía para que signifique documento sonoro, generalmente digitalizado (sin que esa nueva acepción haya llegado aún al Diccionario).
Por tanto, si allá donde se dice “escuchen los podcasts de nuestra emisora” se cambiara el anglicismo por el vocablo audios, cualquiera entendería de qué se trata y no se levantarían barreras idiomáticas ni se contribuiría a acentuar el conocido complejo de inferioridad hispano.
En cuanto a los podcasts de imágenes (porque la palabra inglesa no sabe diferenciar entre imagen y sonido), la analogía sobreviene enseguida: “Vea nuestros vídeos”.
En uno y otro caso, nos suelen invitar también a “bajarlos” o “descargarlos”, calcos semánticos de download. Y los mismos que argumentan contra la supuesta imprecisión de audio pasarán por alto que los audios y los vídeos no cambian de sitio al bajarlos o descargarlos, sino que permanecen en su lugar de origen cuando los copiamos, duplicamos o reproducimos. ¿Se puede “bajar” o “descargar” algo que, una vez concluida la operación, sigue donde estaba? Pues se va pudiendo.
Y todo esto es lo que sucede: cualquier alternativa en español recibe disparos, mientras que el anglicismo obtiene beneplácitos incluso si incurre en una incongruencia. Nuestra baja autoestima cultural funciona así.