Otra semana más Álex Grijelmo, desde su Punta de la lengua, en El País, nos recuerda algunas cosas que tantos olvidamos. Y nos riñe, con razón, a los profesores: ¡cuánta razón!
Qué triste pérdida!
Los signos de entrada en las interrogaciones y las exclamaciones empiezan a desaparecer
La ortografía del español dispone de unos rasgos propios para señalar en interrogaciones y exclamaciones dónde empiezan y dónde acaban las palabras cuya curva melódica difiere del resto del discurso.
Sin embargo, los signos de entrada de tales cláusulas van desapareciendo; y proliferan los mensajes, anuncios o rótulos en los que se prescinde de esa ventaja. Así, la pregunta o la admiración se nos derraman por la izquierda, como si sólo se enfatizaran los fonemas de su diestra; y sin que pueda compensarlo la reiteración de signos que a veces se derrocha por el otro lado.
La escritura ha mejorado mucho desde las remotas normas de Carlomagno (siglo VIII), y en ese proceso evolutivo la Academia Española incorporó en su Ortografía de 1754 (páginas 125-129) el signo de apertura, porque el de cierre por sí solo “no satisface siempre todo lo que es necesario”.
Tantos siglos de progresos se arruinan ahora con la nueva costumbre, que ya no se puede escudar en ninguna carencia técnica de ordenadores ni teléfonos.
El inglés y el francés no alumbraron esa duplicación (¡!, ¿?). Es cierto que en una gran parte de las expresiones interrogativas del inglés la sintaxis ayuda a definir la pregunta mediante la alteración de los términos, así como en una pequeña proporción del francés: you are ready” / are you ready?; tu es prête / es-tu prête? (en español no cambia el orden: estás preparada / ¿estás preparada?). Pero aquellas sintaxis de la viceversa no alcanzan para delimitar todas las preguntas, y algunas interrogaciones y exclamaciones largas se convierten en ambiguas porque no se sabe dónde empiezan. Ni siquiera se sabe si son interrogaciones… hasta que llega el signo de cierre. Esas dos lenguas tampoco pueden competir con nuestra ortografía cuando el énfasis va inserto en una oración, algo que el español resuelve bien: Y quisieron pagarme ¡cien! euros al mes.
España organizó una reacción descomunal y eficaz en 1989 cuando la autoridad europea tuvo en estudio desautorizar la exigencia de nuestro Gobierno de que los teclados de ordenadores de importación incluyeran la letra eñe. Esto lo tomamos como una agresión, y a partir de ahí la eñe simbolizó la identidad del idioma español. Incluso llamamos ya a nuestra triunfal selección de baloncesto “la ÑBA”.
Frente a aquel arrebato de amor propio de hace 27 años, hoy se observa con cierta lenidad la falta de ortografía que consiste en suprimir los signos de entrada en interrogaciones y exclamaciones; y muchos docentes pasan por alto tal deterioro expresivo en los exámenes de sus alumnos.
¿Cómo podríamos cambiar de actitud?
No sé. Quizás no viniera mal una buena amenaza exterior.